Valencia, 29 de julio de 2012
Hola, Manu.
Me interesa mucho tu última reflexión porque, de hecho, es algo que suelo tener muy presente como editor. El planteamiento inicial del proyecto siempre fue desarrollar una revista cuyo capital fuese la escritura y el diálogo, que eran los dos aspectos que más echábamos de menos en otras publicaciones. De esta manera, intentamos potenciar, durante el casi año y medio que duró su preproducción, una revista en la que la gente pudiese acercarse al cine desde una perspectiva más íntima, compartir esas ideas e intercambiar impresiones. Estos dos últimos puntos me preocupan bastante, por lo que todo el esfuerzo editorial lo estamos dirigiendo hacia el fomento del diálogo —entre nosotros, con otras publicaciones y con nuestros lectores. Por eso, te diría que nuestra línea dura y nuestro esfuerzo por aunar diversidad sin perder identidad se construyen alrededor del intercambio. Está claro que con Internet vivimos una época estupenda para iniciar revistas y plataformas con nuevas voces, una pluralidad de contenidos y tantas otras cosas. Pero lo que me interesa subrayar —y me interesa todavía más conocer tu opinión— es que para mantener con vida esa pluralidad, para evitar que todo ese trabajo laborioso se limite a una página con links interesantes, es necesario esforzarnos por fomentar la discusión, conectarnos unos con otros y saber qué pensamos. Como te decía líneas arriba: acercarnos, recuperar ese interés por la conversación (y desterrar la cultura de los me gusta), porque de otra manera abonamos el terreno para un futuro con miles de revistas, páginas o plataformas dedicadas cada una a lo suyo —en ocasiones hasta clónicas— sin reparar en lo que piensa el resto.
Antes ponías el ejemplo de David Hudson y esa clase de gestores de información que se erigen en carta de navegación para el cinéfilo con criterio. Ese perfil tiene el valor de ordenar, a partir de un gusto, el caos de contenidos que proliferan a diario, lo que le añade otro valor: es una herramienta didáctica que nos enseña una serie de orientaciones críticas. Quizá ese también sea un valor que, sin apelar a jerarquías —el crítico ya no está por encima del lector y muchos lectores acabamos siendo los propios críticos, una de esas conclusiones sobre las que deberíamos reflexionar—, debamos asumir en nuestro trabajo, así como las diversas herramientas de comunicación de que disponemos. Está claro que, por mucha buena voluntad que pongamos, la dispersión de contenidos es imparable y produce esa incapacidad de asimilar con el debido tiempo cada texto publicado que puede resultarnos de interés. Pero, precisamente por eso, el trabajo está en buscar una forma de distinguir, de dotar de un relieve especial a cada contenido. En otras palabras, aunar esos dos extremos que señalabas entre Hudson y una revista de cine, y saber cómo introducir esa visión didáctica/gestora en el núcleo de cada revista. Estoy seguro de que otros compañeros señalarían, como tú has hecho, esas formas de presentar un texto: un tuit, un vídeo-ensayo, un podcast, etc. Yo he apelado al diálogo porque al final es lo que más echo de menos cuando escribo un texto, esto es, que no tenga la oportunidad de comentarlo con otra persona. Y creo que esa labor gestora ofrece la oportunidad de que, al menos, los textos no pasen desapercibidos. Por eso, pienso que también esa es una labor, quizá la más importante, a la que tenemos que atender como editores.
Parte de lo que he escrito, estoy seguro, lo debiste sentir mientras preparabas la antología, mientras gestionabas qué nombres seleccionar y de qué manera estructurar el libro, o qué imagen concreta transmitirías de la identidad de Film Comment. En otras palabras, de qué manera encaraste su organización y con qué clase de prejuicios y líneas, si alguna vez los tuviste, te enfrentaste a la hora de proceder al montaje. Sin embargo, hay una cuestión que quiero proponerte: hace poco me dijiste que La mirada americana era un libro cuyo lector potencial era el crítico. Esto, que de por sí no tiene nada de malo, me lleva a pensar qué posibilidades existen para acercar este tipo de temas y preocupaciones a un público más general. No sé si te lo habrás preguntado, pero a mí siempre me llama la atención, sobre todo, cuando lo aplicamos al cine: tomemos una película anti-comercial y pongámosle un público radicalmente diferente a su espectador habitual. ¿El resultado va a ser siempre el desinterés o realmente hay un punto de contacto, un clic mental que valore esa otra parte de la cultura que juega un papel distinto? Tal vez Andrew Sarris o Manny Farber no sean autores para todos los públicos, pero cuando difundimos su obra me pregunto si concentramos demasiado nuestros esfuerzos en un tipo de lector porque ya no esperamos nada del resto. Dicho de otra manera, si ahora es menos factible encontrar esas lecturas y enseñanzas —como aquellas a las que te referías a propósito del cine invisible durante tu formación— porque nos hemos encerrado un poco sobre nosotros mismos.
Como ves, casi toda mi intervención acaba girando sobre el papel que jugamos, tanto individual como colectivamente, dentro del ámbito de la cultura. Si hago este énfasis se debe, entre otras cosas, a alguno de los apuntes que has señalado. Cuando pienso en el trabajo minucioso de traducción que ha llevado el libro, no puedo evitar pensar en qué rol desempeñará y, además, si podrá ir más allá de la parcela que tiene asignada dentro del mundo editorial. Hablabas de la utopía de que en unos pocos años cualquier lector español podrá comprender de forma plena artículos de alto nivel intelectual escritos en inglés. Sin embargo, yo veo ahí el reto: en la reconexión o el devolver ese interés que nosotros tuvimos cuando empezamos a hilvanar nombres, estilos o periodos cinematográficos. En este sentido, me gustaría conocer un poco más tu experiencia a través de las charlas, clases o encuentros en los que has participado y, muy especialmente, en la relación/comunicación que hayas establecido con el público. A modo de ejercicio, suelo preguntarme cómo le hablaría de mi revista o de mis textos a una persona que no pertenece al mundo de la escritura; qué destacaría, con qué palabras lo haría y cómo, en suma, trataría de hacerle ver que lo que me interesa es conocer y compartir esas opiniones. No sé si este es un ejercicio que te has planteado cuando has tenido que presentar o hablar del libro o, en general, cuando has reflexionado sobre tu trabajo. Pero, a modo de conclusión de mi intervención, pienso que —como cuando hablábamos del perfil de gestor— en ese punto radica una de nuestras obligaciones: recuperar la transmisión de lo que hacemos, antes de que acaba convirtiéndose en un lujo o en un diálogo limitado por sus participantes.
Un abrazo,
Óscar